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¿Qué son las grasas hidrogenadas o grasas trans?

En una dieta equilibrada las grasas aportan entre un 25 y 30% de las calorías diarias. Ejercen importantes funciones corporales, como formar parte de las membranas celulares, vehicular vitaminas o proteger órganos. Pero no todos los tipos de grasas son iguales.

Según su composición química se dividen en:

Grasas Insaturadas: Permanecen líquidas a temperatura ambiente. La mayoría son de origen vegetal.

Grasas Saturadas: Se reconocen porque son sólidas a temperatura ambiente. La mayoría son de origen animal como manteca, mantequilla, nata,  y en quesos o yema de huevo. Pero también las hay vegetales como la grasa de palma.

Las grasas de los alimentos procesados

A pesar de que los aceites vegetales son los más saludables para nuestro organismo, suelen tener poca estabilidad, justamente por ser insaturados. Es decir, que tienden a estropearse con facilidad, a causa de la luz, el calor o la oxigenación. Esto es un problema para la industria de los alimentos manufacturados, que busca productos que duren mucho tiempo. Para ello, introduce artificialmente moléculas de hidrógeno y así consigue una consistencia más sólida y una mayor perdurabilidad.

Son las preferidas de los fabricantes de comida industrial, por su textura, estabilidad y coste competitivo. Hallamos grasas hidrogenadas o trans en multitud de productos. Además muchas se hacen a partir de aceites de soja y de maíz de cultivo transgénico. Se utilizan con frecuencia en:

  • Bollería industrial, galletas, biscotes.
  • Aperitivos salados, palomitas, patatas fritas y snacks.
  • Platos precocinados o fritos como empanadillas, croquetas, canelones.
  • Masas de pizza, brisa y hojaldre.
  • Chocolates, cremas y margarinas.

Es fundamental prestar atención a las etiquetas de los productos. Aunque sean de origen vegetal, debemos desconfiar cuando pone “grasas vegetales”. Sólo son saludables las que se anuncian como aceites vegetales.

Aunque sean de origen vegetal, debemos desconfiar cuando pone “grasas vegetales”

Efectos sobre la salud de las grasas hidrogenadas o grasas trans

Son las grasas más perjudiciales para la salud. Es conveniente evitarlas o reducir al máximo su consumo.

Aumentan el riesgo de padecer enfermedades como:

  • Cardiovasculares y arterioesclerosis: Elevan los niveles de colesterol dañino y triglicéridos, al tiempo que disminuyen los de colesterol saludable.
  • Cáncer: Pueden llevar al organismo a construir hormonas y membranas celulares defectuosas.
  • Cerebrales: Inhiben la acción de los ácidos grasos esenciales, retrasando el crecimiento y la maduración del cerebro.
  • Metabólicas y diabetes.

Autora: Mercedes Blasco. Nutricionista vegetariana y filósofa

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AZÚCARES: CÓMO INTOXICAMOS A LOS NIÑOS SIN SABERLO

Los científicos advierten del peligro de bebidas azucaradas y productos procesados que reducen la esperanza de vida de los menores

BEATRIZ PORTINARI
4 SEP 2016

Todo empieza con los cereales industriales, galletas o magdalenas del desayuno y el sándwich con zumo envasado que metemos en la mochila para el recreo. Que se suma a una lata de bebida carbonatada, batidos, algún bollo industrial para la merienda y en ocasiones pizza, salchichas, hamburguesas y sus salsas, conservas o cualquier otro producto procesado que nos permite solucionar rápido una cena. Las prisas hacen que no nos fijemos en la cantidad de azúcar añadido que estamos sumando gratuitamente a la dieta de los más pequeños y pone en riesgo su salud. No se trata solo de caries y obesidad, sino de las enfermedades derivadas que -según la comunidad científica- van a provocar la primera generación de jóvenes con una esperanza de vida menor que sus padres por los malos hábitos alimentarios.

“El problema que tenemos en España es una falta de conciencia crítica y falta de costumbre de leer e interpretar los etiquetados de los productos. Asociamos el azúcar al que se toma a cucharadas, pero no nos damos cuenta de que existe otro azúcar peligroso que está escondido y disimulado. Incluso los productos que dicen “sin azúcar añadido” son engañosos porque si vemos su composición comprobamos que no es verdad. Es imposible que un zumo envasado no lleve algún edulcorante. La legislación del etiquetado debería ser más restrictiva para que obligase a las compañías a declarar la cantidad de estos compuestos y su riesgo para la salud”, señala la doctora María Ballesteros, miembro de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Y añade: “Con estos malos hábitos, que estamos inculcando a los niños, ponemos en riesgo su salud. Hay tipos de obesidad muy dañinos que tienen signos menos evidentes: no se trata solo de coger unos kilos. Además de la tremenda tasa de obesidad infantil que tenemos, los estudios han demostrado que estos azúcares añadidos aumentan las posibilidades de sufrir síndrome metabólico y enfermedades derivadas como cardiopatías, hipertensión, diabetes y cáncer que reducirán su esperanza de vida”.

¿Sabemos realmente a cuántas cucharas de azúcar equivalen los productos que consumimos? La respuesta es no. En muchas etiquetas solo se advierte en general la presencia de sacarosa, fructosa, dextrosa, pero no la cantidad exacta. Algunas iniciativas -como esta cuenta de Instagram- señalan la equivalencia, pero recomiendan revisar siempre el etiquetado. Por ejemplo, una cucharada de salsa de tomate para hamburguesa equivale a cuatro cucharas de azúcar, mientras un refresco contiene entre 20 y 30.

La muerte edulcorada

La Asociación Americana de Corazón acaba de publicar en la revista Circulation el estudio Added Sugars and Cardiovascular Disease Risk in Children, con la recomendación de reducir en niños el consumo de azúcares añadidos -sólidos o líquidos-a menos de 25 gramos al día, lo que equivaldría a 100 calorías o seis cucharitas de azúcar. La investigación, dirigida por Miriam Vos, experta en nutrición y profesora asociada de pediatría en la Escuela Universitaria de Medicina de Emory (Atlanta, Georgia), también recomienda reducir el consumo de bebidas azucaradas a menos de 23 centilitros semanales. Una sola lata ya contiene 33 centilitros.

Estos datos siguen la línea de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en 2015 lanzó una directriz mundial para reducir la ingesta de “azúcares libres” (distintos de los “intrínsecos” y saludables que encontramos de forma natural en frutas y verduras) al 10% y 5% de la ingesta calórica total. También confirman las advertencias del estudio publicado el año pasado que cifraba en más de 180.000 muertes anuales derivadas del consumo de bebidas azucaradas. Precisamente un equipo de investigadores españoles pertenecientes a la red CIBEROBN del Instituto de Salud Carlos III acaba de publicar en la revista Journal of Nutrition un informe en el marco del Estudio PREDIMED (Prevención con Dieta Mediterránea), que señala directamente a las bebidas azucaradas -incluyendo bebidas light y zumos de fruta envasados- como causantes del aumento del riesgo a sufrir síndrome metabólico.

“Estamos en un contexto casi de tintes bélicos en el que observamos por una parte a las empresas con intereses económicos en la industria azucarera y de productos procesados, que nos fuerzan a consumir más azúcar a pesar de conocer las enfermedades metabólicas que vamos a sufrir en un futuro. Y por otra parte tenemos las administraciones con su política de brazos caídos que no controlan ni legislan para evitar este consumo masivo”, advierte Juan Revenga, Biólogo miembro de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN) y profesor de Ciencias de la Salud de la Universidad de San Jorge.

Los científicos no dejan de lanzar advertencias y demostrar los peligros de estos productos, pero ¿por qué nadie interviene ni controla el consumo de esta droga legal? Revenga encuentra un motivo claro: el dinero. “Cuando los directivos de estas empresas se han planteado reducir los compuestos nocivos ven que reducen también los ingresos. Les interesa dar al consumidor lo que este pide: más azúcar, más beneficios. El colmo está en los acuerdos entre hospitales y laboratorios que se dejan financiar por cadenas de comida rápida, colegios que aceptan máquinas de vending porque las marcas les van a construir un polideportivo o el caso más irónico: el Plan Havisa (Hábitos de Vida Saludables), publicitado por el gobierno y financiado por un grupo de empresas de productos procesados. Lo más sangrante es que estos empresarios y políticos no consumen esos productos porque saben los riesgos que conllevan, como se explica en el demoledor libro Adictos a la comida basura del Premio Pulitzer Michael Moss”, afirma Revenga, que en su blog ha denunciado varios casos de esta intoxicación edulcorada y lo asemeja al surrealismo de un hipotético congreso de bomberos financiado por pirómanos.

Impuestos contra el azúcar

¿Qué pueden hacer las familias para evitar este consumo masivo de azúcar? Los nutricionistas encuentran una solución clara: más compras en el mercado de proximidad y menos en el supermercado. Los “alimentos silenciosos”, como frutas, verduras y pescados, no necesitan un etiquetado que justifique su composición. Son la única forma de evitar los compuestos añadidos disimulados que se encuentran en los productos procesados. “En consulta encuentro a madres que me dicen que solo dan un zumo envasado a su hijo para merendar, con la esperanza de que sea sano. ¿Cuánta cantidad de fruta real contiene? Muy poca. No nos podemos dejar engañar. La mejor forma de consumir fruta es a mordiscos o zumos exprimidos en casa. Si a una dieta equilibrada con más verduras añadimos pasta, legumbres y arroz aportaremos el azúcar de lenta absorción que va a garantizar el aporte de energía necesario para los niños. No como los picos de azúcar de todos esos productos artificiales que además tienen poco contenido alimenticio”, explica María Jesús Pascual, pediatra del Hospital Nisa Pardo de Aravaca de Madrid.

Ante la epidemia de obesidad infantil algunos países como México, Francia o Italia han puesto en marcha impuestos elevados sobre productos edulcorados para reducir su consumo. Reino Unido impondrá esta medida a las bebidas azucaradas dentro de dos años. En España estos impuestos ni están ni se les espera por las presiones de la industria alimentaria: el lobby azucarero es más fuerte que la presión social y el compromiso político para proteger la salud de los niños.

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La verdad sobre el etiquetado de los alimentos

La periodista británica Joanna Blythman probó por primera vez un plato precocinado cuando tenía seis años. Había visto en la tele el anuncio de un curry de pollo listo para comer, en el que aparecían exóticas bailarinas árabes, y consiguió que su abuela se lo comprara. Su decepción fue mayúscula. Cuando se convirtió en periodista, dedicó su carrera a conocer qué es lo que realmente comemos cuando nos dejamos llevar por los productos procesados.

Swallow This: Serving Up the Food Industry’s Darkest Secrets («Trágate esto: mostrando los secretos más oscuros de la industria alimentaria») muestra el resultado de varias décadas de trabajo de investigación, en torno a una industria que, según explica Blythman en el libro , está envuelta en secretismo.

«Me he pasado años llamando a puertas y frustrándome por lo poco que conocía acerca de la producción contemporánea de alimentos», asegura la periodista.

En su opinión, es relativamente sencillo saber qué está ocurriendo en nuestras plantaciones y granjas, donde se «elaboran» los productos en crudo, pero apenas tenemos información de lo que en realidad contienen los alimentos procesados que compramos en el supermercado.

«Con el tiempo, los contactos en la industria me permitieron obtener un acceso sin precedentes a las fábricas de alimentos, así como a las áreas privadas de las páginas corporativas de las empresas, espacios en los que la industria química explica a los fabricantes cómo se puede diseñar nuestra comida«, asegura Blythman. «Aunque llevo 25 años estudiando la industria alimentaria, fue una revelación».

Una visita al epicentro de la innovación alimentaria

A finales de noviembre de 2013 Blythman logró cumplir uno de sus sueños profesionales: acceder a la mayor feria anual de la industria alimentaria, Food Ingredients, que se celebra todos los años en Europa.

El evento, de tres días de duración, reúne a los más importantes fabricantes, distribuidores y compradores de ingredientes alimentarios, y en él se presentan todas las novedades de la industria. En 2011, cuando se celebró en París – la feria a la que acudió la periodista tuvo lugar en Frankfurt – , acudieron más de 23.000 profesionales, de 154 países, que colectivamente manejaban un presupuesto de 4.000 millones de euros.

La feria mueve muchísimo dinero, pero, a diferencia de otros encuentros profesionales, está cerrada a cal y canto para todo aquel que no trabaje en la industria. Allí no entran ni políticos, ni periodistas, ni curiosos en busca de folletos. Para acceder a ella Blythman tuvo que usar una identificación falsa.

«Lo primero que me sorprendió fue la ausencia de comida«, asegura la periodista. «A diferencia de todas las otras ferias de alimentación a las que había acudido antes, se mostraba muy poca. Pensé que era porque los compradores saben perfectamente en de qué está hecho lo que se vende, y no es muy agradable comerlo».

La industria alimentaria utiliza numerosos ingredientes para acelerar, facilitar y abaratar sus procesos productivos.

Uno de los pocos productos acabados que se ofrecían en la feria eran unos pastelitos que tenían un aspecto similar a los de cualquier confitería, pero estaban hechos sin huevos, mantequilla o crema. Esto era posible gracias al «aislado de proteína de patata«, un ingrediente revolucionario que puede ser adaptado para realizar espumas, emulsiones o gelificaciones que proporcionan el volumen, la textura, la sensación en la boca y la estabilidad de los pasteles reales.

Blythman descubrió en la feria muchos productos como estos: ingredientes que utiliza la industria alimentaria para acelerar, facilitar y abaratar sus procesos productivos. Pero, si bien resulta sencillo saber para qué sirven, mucho más difícil es saber cómo están hechos.

«Siempre que trataba de averiguar más mis preguntas eran acogidas con reticencia», explica la periodista en el libro. «Era como preguntar algo a los responsables de prensa del Ministerio de Defensa, cualquier respuesta era vaga y evasiva. Lo único que decían era: ‘Es un proceso especial’.

Un lavado de cara que no arregla nada

Tras pasar varias horas en la feria, Blythman descubrió por fin un puesto en el que parecían ofrecer comida de verdad: frutas y verduras cortadas, pero con buen aspecto. «Un vendedor de Agricoat me explicó que habían sido sumergidas en una de sus soluciones, NatureSeal, que contenía ácido cítrico y otros ingredientes, y lograban añadir 21 días de vida a los vegetales», explica la periodista. «Tratadas de esta manera, las zanahorias no desarrollan el moho blanco que delata su edad, las manzanas cortadas no se vuelven marrones, ni las peras traslúcidas. Un baño en NatureSeal hace que las ensaladas de bolsa parezcan frescas y naturales».

Para el comercial, explica Blythman, esta solución acuosa era un triunfo tecnológico, una bendición para los servicios de restauración que de otra manera tendrían que tirar la comida sin venderla. NatureSeal tiene además un beneficio adicional: como no es un ingrediente como tal, no hay ninguna necesidad de hablar de él en el etiquetado. No es necesario decirle al cliente que su ensalada «natural» y fresca» lleva quince días en el mostrador.

La industria quiere eliminar los ingredientes y aditivos industriales más llamativos y reemplazarlos por sustitutos que parezcan más benignos

La industria sabe que los consumidores están cada vez más concienciados de lo que comen, y el etiquetado cada vez se vigila más. Por ello, el objetivo de gran parte de los nuevos inventos de la industria alimentaria es calificar como «natural», «fresco» o «sin aditivos» a productos que ningún ser humano en la Tierra trataría como tal.

«Puede que mires las etiquetas en busca de las E seguidas de números [los códigos europeos de los aditivos alimentarios] e ingredientes que suenan raro, pasando por alto otras formas de procesar la comida», explica Blythman. «Muchos de los aditivos e ingredientes incomprensibles de los que teníamos dudas han ido desapareciendo. ¿Significa esto que los alimentos han mejorado? En algunos casos, sí, pero hay una explicación alternativa. Durante los últimos años, la industria se ha embarcado en una operación que denomina ‘etiqueta limpia’, que tiene como objetivo eliminar los ingredientes y aditivos industriales más llamativos y reemplazarlos por sustitutos que parezcan más benignos«.

La periodista reconoce que «algunas compañías han reformulado sus productos de una manera genuina y sincera, con ingredientes menos problemáticos». Pero no es lo habitual. «Otras compañías, convencidas de que pueden pasar el coste al comercio minorista y los consumidores, han apostado por todo un nuevo conjunto de sustancias baratas que les permiten limpiar su imagen de cara al público».

Blythman pone un ejemplo común de este lavado de cara. «Al escoger un salami, hasta el consumidor más concienciado se sentirá relajado cuando vea ‘extracto de romero’ en su lista de ingredientes», explica la periodista. «Pero el extracto de romero es en realidad un sustituto de varios antioxidantes de la vieja escuela, los E300-21, como el butilhidroxianisol (BHA) y el hidroxitolueno butilado (BHT), que utilizan los fabricantes para ralentizar la velocidad a la que los alimentos se vuelven rancios para así extender su vida útil».

¿Entonces el extracto de romero no tiene nada de romero? Sí, pero tal como explica Blythman, su relación con la hierba es bastante remota: «Los compuestos antioxidantes de la hierba son aislados por un procedimiento de extracción que los desodoriza, eliminando cualquier sabor y olor a romero. La extracción se realiza utilizando dióxido de carbono u otros disolventes químicos, como el hexano (procedente de la destilación del petróleo), el etanol o la acetona. Este extracto de romero de sabor neutro se vende a los fabricantes, usualmente en forma de polvo de color marrón».

 

¿Debemos desconfiar por completo de la industria?

No cabe duda de que muchos de los procesos que utiliza la industria alimentaria provocan alarma entre los consumidores, pero ¿está justificada? Cualquier innovación técnica causa recelo en un principio, pero ¿suponen estas innovaciones un peligro real para nuestra salud?

Según Blythman, no podemos pensar que esta nueva vuelta de tuerca a la composición de nuestros alimentos vaya a mejorar nada:

«La historia de la comida procesada está repleta de ingredientes que se presentaron inicialmente como más seguros y aconsejables y que después fueron retirados».

Es el caso de las grasas vegetales hidrogenadas, como la margarina, que ahora sabemos son mucho menos saludables que la mantequilla a la que sustituían, o el jarabe de maíz de alta fructosa, que en su día se vendió como una alternativa al azúcar más saludable y hoy está en el punto de mira de las autoridades sanitarias, que lo consideran en parte responsable de la epidemia de obesidad que sufre EEUU.

Esto no quiere decir nada. Quizás esta vez la industria no nos esté dando gato por liebre. Pero, sólo por si acaso, Blythman ofrece en su libro un pequeño glosario para interpretar lo que en realidad hay detrás de muchos de los nuevos ingredientes que están apareciendo en nuestras etiquetas.

Vitaminas añadidas

Versiones de fábrica de las vitaminas naturales que se encuentran en los alimentos. El ácido ascórbico, la vitamina C artificial, se suele sintetizar a partir de la fermentación de maíz transgénico y la vitamina E se obtiene normalmente de derivados del petróleo.

Fibra soluble

Un término para referirse al almidón modificado que suena mejor. Se utiliza para reducir la cantidad de nutrientes en la comida procesada y así abaratar costes.

Colorantes naturales

La única diferencia con los colorantes artificiales es que los pigmentos originales se extraen de la naturaleza. Por lo demás, se fabrican utilizando los mismos procesos industriales, que incluyen la extracción mediante disolventes agresivos.

Edulcorantes artificiales

Varios estudios a largo plazo han desvelado la relación entre los edulcorantes artificiales y la ganancia de peso. Parece además que podrían incrementar el riesgo de padecer diabetes tipo 2.

Enzimas

Se utilizan para hacer que el pan permanezca blando por más tiempo, para inyectarlo en el ganado antes de que pase por el matadero, para que se ablande la carne o para procesar el zumo de fruta y que tenga una apariencia más natural.

Proteína de ternera, cerdo o pollo

Son colágenos extraídos de los restos de carnicerías y mataderos, procesados para convertirlos en polvo, que se añaden a carnes de baja calidad. Les da volumen, incrementa el contenido de proteína de la etiqueta y, en combinación con el agua, sirven de sustitutos de la carne.

Ensaladas lavadas y listas para comer

Estas bolsas de ensalada que se han puesto tan de moda últimamente se «lavan» en agua del grifo con cloro, a menudo con ácidos de frutas, en polvo o líquidos, que inhiben la aparición de bacterias. El mismo líquido del tanque de lavado se suele utilizar durante ocho horas seguidas.

Aceite vegetal puro

Aceites refinados, blanqueados y desodorizados. A menudo se les añaden productos químicos para extender su vida útil.

Aromas naturales

Incluso la industria de los aromas admite que no hay mucha diferencia en la composición química de los aromas naturales y artificiales. Se fabrican utilizando los mismos procesos físicos, encimáticos y microbiológicos.

 

Fuente original: Sott.net

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